¿Como permitimos que se encerrara la libertad del tiempo en un reloj?
El tiempo dicta y nosotros obedecemos… ¿acaso necesitamos ser regidos por un mecanismo que no permite vuelta atrás?
Christopher el chofer de lady Winst, conduce casi sin despegar la vista del espejo retrovisor; con el único fin de observar en silencio, los ojos de su amada.
Ella distraída del mundo que la puebla, observa desganada a través del cristal las calles parisinas. En cambio el sumiso chofer, no deja de pensar en aquella noche de borrachera, en la que en aquel entonces, joven y bien parecida Lady Winst le juró amor eterno bajo una solitaria farola.
Christopher sintió los días como si fuesen minutos. Once días
después, Lady Winst irrumpió en la cocina donde la servidumbre almorzaba, y sin
preámbulo alguno, le pidió que olvidara aquella promesa...
Él jamás pudo despegarse de aquella sensación en la que el
tiempo se aceleró alegremente y luego se detuvo por siempre en un torturante
recuerdo.
Once minutos...
Once minutos después ella entra y dice…
(Nada es como lo he estado
mostrando)
¡Y se pierde en el tiempo!
¿Cómo es que no lo percibí antes?
Tú me estas quitando todo…
Y no hay vuelta atrás, la luz de los rayos se extingue.
Cicatrices en mis pupilas, alma y corazón de algodón.
No importa si solo es por un momento (me hace bien verte bien)
Todo me recuerda a esa extraña noche…
Todo me lleva a olvidar el amargo trago de la decepción.
Oigo el batir de las alas de las mil mariposas.
Contemplo atenta el tenue color de los suspiros.
Percibo el perfume de tu inocencia…
Y me dejo llevar atreves de
un torrente de ilusiones…
Luces de colores segando la conciencia.
Al borde del abismo de la verdad de lo prohibido.
Autora: María Celeste Pietrzak.